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viernes, 26 de febrero de 2010

EL SEGUNDO ASESINATO DE JORGE Y FERNANDO



Los alaveses nunca olvidaremos el 26 de febrero de 2000. Era sábado, un día luminoso de invierno, la jornada elegida para que Vitoria fuese escenario de 3 manifestaciones. 4 días antes, ETA había asesinado con un coche bomba al dirigente socialista Fernando Buesa y a su escolta Jorge Díez Elorza. El PSE y la familia del ertzaina habían decidido sacar a la calle su dolor por las dos personas asesinadas. El PNV prefirió realizar una demostración política de su poder de convocatoria para respaldar a un Lehendakari novato y titubeante que tras aquel crímen no supo llorar junto a los familiares de las víctimas. “Lehendakari Aurrera” era su lema. Que nadie se atreviese a pensar en arrebatarles la presidencia del Gobierno Vasco, como había exigido, días atrás, un puñado de manifestantes frente al Palacio de Ajuria Enea. Hubo incluso una tercera manifestación que optó por el silencio, respaldada por Esker Batua.
Hay que recordar que por aquel entonces, gracias al Pacto de Lizarra, el PNV sostenía una alianza en el Parlamento Vasco con Herri Batasuna, la primera y más duradera de las etiquetas electorales de la izquierda radical abertzale que no condena la violencia de ETA.
Los políticos no se pusieron de acuerdo en los despachos sobre cuál debía ser el orden de prioridades tras un doble asesinato. El PNV antepuso la política a la solidaridad. Aún lo está pagando en Álava. Algunos de sus militantes en este territorio abandonaron las filas nacionalistas para buscar cobijo dentro de partidos “normales”. Aquella fractura política trajo consigo numerosos incidentes verbales entre los manifestantes. A golpe de corneta, el PNV trajo a Vitoria sus autobuses cargados de militantes de Vizcaya y Guipúzcoa para dejar claro que la calle era suya. Muchos gasteiztarras les recriminaron su actitud soberbia y su poca humanidad.

Hay una imagen de aquel sábado 26 de febrero de 2000 que no consigo borrar de mi memoria. Acudí a trabajar como periodista junto a un equipo de reporteros a la Plaza de la Constitución, de donde partía la cabecera de la marcha socialista. De repente, a lo lejos, un cordón policial compuesto por decenas de ertzainas irrumpió en el lugar. Dentro del cordón, llevaban en volandas a su Caudillo, Juan María Atutxa, exconsejero de Interior que ocupaba por aquel entonces la Presidencia del Parlamento Vasco. Atutxa iba a paso ligero, para evitar la vergüenza que le debió dar mirar a la cara a sus colegas del partido socialista, que le contemplaban atónitos tras una pancarta. ¡Atutxa corriendo! Aquello sí que era una noticia. No perdimos el tiempo. Mis compañeros y yo nos metimos dentro del cordón policial para perpetuar aquella imagen. Pudimos grabarla. A mis espaldas, oí cómo algún ertzaina gritaba: ¡Cordón, cordón! Dos manos enlazadas de dos policías vascos pasaron por encima de mi cabeza y restablecieron la protección sobre aquel líder carismático. De paso, uno de aquellos dos brazos me golpeó en la frente con el reloj de pulsera de su muñeca izquierda. Tal vez para que no se me ocurriese volver a intentarlo. No lo hice, pero aquella imagen no se me olvidará jamás. Por lo que sé, a las familias de Jorge y Fernando tampoco se les olvidará aquel sábado que a muchos nos heló el corazón. Suelen decir que entonces se perpetró el segundo asesinato de aquellos dos hombres.